lunes, 5 de diciembre de 2016

Escultor urbano Rubén Palomino

Rubén Palomino, 58 años, bigote aguerrido, manos de cuero y un pendiente en cada oreja, está encaramado a un andamio en la avenida Álvaro Obregón, una arteria principal de la vida lúdica en Ciudad de México. Otros obreros que reparan una ventana un par de cuadras más adelante también están sufriendo el sol, que hoy no da tregua. Pero Rubén no es obrero, es artista, y, más allá de la voluntad en un sombrero, nadie le paga por lo que está haciendo.

Su andamio no está puesto ante una de las históricas edificaciones de la calle sino ante un grueso árbol muerto del bulevar que atraviesa su centro. Él mismo consiguió, casi suplicando, que los operarios que habían venido a rebanar el cuerpo del difunto vegetal se abstuvieran de ejercer de verdugos. «Antes de que este tronco tan valioso acabe en la basura yo puedo esculpirlo y dejarlo de regalo para los vecinos», da Palomino la razón por la que pasa aquí subido nueve horas diarias desde noviembre. Algunos en el barrio ya le apodan el escultor de árboles.

Fue en aquel mes cuando este humilde artista independiente, nacido en la delegación obrera de Iztapalapa, pasó en bici por esta zona. Le costó que los taladores que venían a adecentar este barrio acomodado entendieran lo que quería cuando les pedía que no decapitaran a los árboles muertos que habían venido a retirar. Él proponía «un destino mucho más bello» para ellos.

«Los biólogos del grupo al fin comprendieron por qué se lo pedía, así que me dijeron que me iban a dejar dos, pero que fuese a pedir permiso a la Coordinación Territorial para poder hacer lo que había pensado. Yo ya había esculpido un tronco en la calle hace muchos años, pero lo hizo retirar la Unión Nacional de Padres de Familia porque decían que tenía forma fálica. Esta era una nueva oportunidad para volver a intentar aquel sueño de ser escultor árboles muertos».

Lo primero que hizo tras el hallazgo fue localizar a Alejandro Sulvarán, el compañero que está tallando una mujer desnuda basada en un poema de López Velarde en el otro macizo que les dejaron los operarios unos metros más adelante. Es escultor de madera y diseñador gráfico, también había hecho una escultura así antes. Echa aquí altruistamente todas las horas que le quita al otro trabajo. Se les ocurrió a los dos que en colaboración con Oliver, el fotógrafo que está retratando el proceso, podrían prender la mecha de un grupo cultural que reivindicara la «ya casi olvidada talla en madera», se duele el maderero. Y también ser un reclamo visible para exigir una responsabilidad económica institucional «para las personas que embellecen las calles de México por el simple esfuerzo de hacerlo». A la plataforma la llamarían Grupo Ajolote Escultores.

Cuenta Palomino que «ningún organismo de gobierno» les dio «un solo peso. Ni andamios ni herramientas». Él y Sulvarán habían pasado dos meses subidos a una rudimentaria escalera pelando las cortezas mientras les mandaban de secretaría en secretaría para al final no conseguir ninguna subvención. «Decidimos seguir adelante de todos modos», dice, «porque los vecinos se lo merecían, porque cooperaban con una manzana o una naranja o cinco pesos. Ellos mismos se preguntaban que cómo era posible que no hubiera dinero público para nosotros, con lo que tienen que pagar de impuestos».

El de Iztapalapa se limpia una gota de sudor y sigue tallando el ajolote en el que está convirtiendo el fresno sin vida. Mientras dice con la boca bien abierta que en el fondo casi mejor que no les dieran nada, «porque así no dependemos de ellos, y porque me daría vergüenza que Mancera o cualquier otro político viniera a inaugurar esta escultura», se desahoga. Sulvarán, que es muy consciente de que el próximo 7 de junio hay elecciones municipales en México, cuenta que hace un par de semanas alguien de la administración por fin se puso en contacto para preguntarles si les hacía falta algo. «Ya nada, gracias», le respondió. Calcula que le queda un mes para concluir después de seis de «dura chamba» a recursos.

«Un arquitecto que pasaba por aquí nos donó estos andamios», sigue Palomino echando flores a los vecinos y las dos organizaciones civiles que de un modo u otro les están apoyando. «Otra vez un señor pasó y me dejó 500 pesos», se le ilumina aún la cara.

Dice Sulvarán, que se autodenomina «escultor poético» y que pretende que en su obra «la gente visualice una canción o un poema», que aunque a veces la falta de recursos le haga repensarse qué está haciendo aquí tanto tiempo ya no puede abandonar. «Cuando das el primer trancazo al árbol ya generas un compromiso, hay que terminar la obra», implora como máxima escultórica.

Palomino escogió hacer un ajolote (pez autóctono de México con miles de años de existencia) porque representa también su filosofía de vida y de trabajo en madera. No ve con buenos ojos que los nuevos artistas solo se fijan en el tratamiento de «materiales rápidos». «Es un animal de aguantar, que se ha resistido al exterminio. A la vez, mientras los demás animales evolucionaron, él se quedó en el agua. No vio un progreso en cambiar a lo nuevo».

De Ajolote Escultores pretenden que se cree una red de artistas que quieran hacer lo mismo que ellos. «Pero hay que empezar a pedir dinero por esto», reclaman para futuros proyectos. «A mí trabajar no me molesta porque tengo las manos acostumbradas al trabajo, pero lo que sí me gustaría es tener apoyos para llegar bien comido, porque si no aquí el sol te acaba».

« ¿Es que piensan que todos los artistas tenemos que vivir como Van Gogh? Yo hago esto porque me gusta y quiero regalarlo», termina de reivindicar el artista, que aún le quedan unas cuantas horas de trabajo gratuito por delante hoy, «por supuesto tenemos amor al arte, pero que te pidan que trabajes solo por eso, es una creencia denigrante». Y continua resucitando en mitad de Álvaro Obregón, “para los vecinos», la importancia de un fresno muerto.





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